23 septiembre 2022

¿ACASO NO ES EL MOMENTO DE EXIGIR RESPONSABILIDADES POR LA POLÍTICA ENERGÉTICA RECIENTE?

En las crisis siempre se busca un culpable. En este caso parece que es Rusia, o más bien Putin, el responsable de nuestra crisis energética, de la inflación galopante y de todas las penurias que se nos avecinan, pero cabe la duda de si se hubiera atrevido a invadir Ucrania si no fuera consciente de la enorme dependencia que Europa tiene de sus materias primas, energéticas y otras.

 

En aras de la reducción de emisiones nocivas y desde el principio de la pasada década, la política energética de medio mundo, y especialmente de la Unión Europea, ha criminalizado la exploración y producción de hidrocarburos, ha decretado el cierre anticipado de centrales nucleares y ha estresado el importante sector de la automoción puesto que los fabricantes no saben qué producir, si lo que hoy demanda el mercado o lo que van a ser obligados vender dentro de pocos años. Esta política no ha considerado, sin embargo, qué fuentes de energía, o de movilidad, pudieran estar listas para sustituir a las que ahora suponen más del 80% del suministro global de energía primaria ni ha analizado cómo reducir la alta dependencia de un solo y problemático suministrador.

 

Es evidente que la protección del medio ambiente deviene una prioridad absoluta, y más ahora que los efectos del cambio climático parecen más visibles que nunca, pero ¿por qué el énfasis que se ha puesto en eliminar los hidrocarburos o la energía nuclear no se ha empleado antes para desarrollar otras iniciativas que ya cuentan con importante soporte tecnológico tales como la mejora de la eficiencia energética, la captura del CO2, el hidrógeno, el almacenamiento eficiente de energía, etc.?

 

También es evidente la responsabilidad de Putin en ponernos al borde del precipicio, pero hay que admitir cierta torpeza en la planificación energética porque no se ha tenido en cuenta el potencial de las energías alternativas antes de penalizar las que ahora mantienen en funcionamiento la industria y calientes, o frescos, los hogares. Parece que ha fallado dramáticamente el “timing” o coordinación de los plazos necesarios para transitar de las energías renovables a las energías limpias y sostenibles, quizás por desconocimiento de los líderes políticos del sector energético o por exceso de ideología, pero por falta de pragmatismo en todo caso. 

En resumen, no queramos engañarnos buscando sólo fuera a los responsables de una crisis energética que hace tiempo se veía venir. Pedro Moraleda

09 septiembre 2022

¿POR QUÉ LA POLÉMICA SOBRE UN NUEVO GASODUCTO ENTRE ESPAÑA Y FRANCIA?


Que un tema tan técnico como la construcción de un gasoducto entre Francia y España, el llamado Midcat, haya atraído la atención de medios de comunicación no especializados quizás haya sido por las posturas tan enfrentadas entre los gobiernos de Francia y España a este respecto.

La necesidad de reforzar las conexiones energéticas entre los Estados Miembros de la Unión Europea es un argumento a favor de la postura española, pero hay otras razones que ponen en duda la necesidad de esta importante inversión.

Cuando, tiempo atrás, se convocó un concurso para reserva de capacidad en este proyecto de gasoducto, este quedó casi desierto por el escaso interés de la industria privada. El Midcat desembocaría en una zona de Francia donde la red de gasoductos es inexistente o está poco desarrollada y donde hay escasos centros de consumo que justificaran su construcción. Además, el gasoducto atravesaría zonas muy sensibles medioambientalmente y exigentes de expropiaciones o derechos de paso muy cotosos.

Si se tomara hoy la decisión de construir el Midcat, éste no estaría operativo antes de 4 o 5 años, plazo suficientemente largo como para encontrar otras soluciones a la crisis energética actual. Y, si se necesitan no menos de 30 años para amortizar la inversión, se entraría en conflicto con la política de la Unión Europea de eliminar el uso de los combustibles fósiles antes de 2050, política a la que ni en estas circunstancias parece que se quiera renunciar. Débil parece, también, el argumento de que se podría utilizar el Midcat para transportar hidrógeno verde en el futuro teniendo en cuenta que ese futuro tampoco es a corto plazo, que el hidrógeno verde conviene que sea generado “in situ” y que los volúmenes de este combustible que eventualmente se podrían transportar no alcanzarían a ocupar más que una pequeña parte de la capacidad de este gasoducto. 

Si el objetivo es que Alemania tenga otra vía de acceso para el gas natural procedente del Mediterráneo, se está olvidando que el principal proveedor de gas en el Mediterráneo, Argelia, ha entrado recientemente en una difícil relación con España y ha optado por suministrar gas a Europa a través de Italia. 

Si lo que pretende el gobierno español es mostrar su solidaridad con Alemania, hay otra forma de hacerlo más inmediata y no exigente de inversiones como es mediante el gas natural licuado, o GNL transportado por mar. España ha liderado en Europa el comercio de GNL, cuenta con tantas plantas de recepción de gas licuado como el resto de Europa y contratos de suministro con más de una docena de fuentes de suministro. Sería posible desviar algunos de los cargamentos de GNL que tenemos contratados hacia plantas europeas mejor conectadas con la red de gasoductos o a las plantas de regasificación flotantes con las que Alemania espera contar a corto plazo, en tanto apuestan definitivamente por el GNL para dejar de depender tanto de un solo proveedor, o se deciden a retrasar temporalmente el cierre de sus centrales nucleares.

Por todo ello, ni se puede obligar a Francia a invertir en un gasoducto que no considera necesario, al menos mientras exista capacidad redundante en los dos gasoductos operativos entre Francia y España, ni a reforzar sus redes en la zona del proyecto del Midcat, ni se deberían arriesgar fondos públicos en inversiones que en su día no fueron bien acogidas por la iniciativa privada.

Lo que queremos, pues, que se nos explique es si reabrir el debate sobre el Midcat no responde solamente un afán de protagonismo internacional del Gobierno de España. Pedro Moraleda