09 abril 2022

¿ACASO PODEMOS PRESCINDIR DE LA ENERGÍA NUCLEAR?

La crisis energética que estamos viviendo no ha empezado con la guerra de Ucrania y va a ser más grave que la crisis del petróleo del principio de los años setenta. 

La carencia y encarecimiento del petróleo, el gas y el carbón habían comenzado ya hace años tras la caída en las inversiones en exploración y producción por la creciente crítica de estos productos por cuestiones medioambientales. 
La guerra de Ucrania y el consiguiente embargo a Rusia recortan aún más la disponibilidad de estos hidrocarburos hasta amenazar con parar a muchas industrias de Europa y el confort, cuando menos, de buena parte de su población. Incluso tras el eventual fin de esta guerra, la confianza y el comercio entre las partes tardará mucho tiempo en recuperarse. 
Las emergentes energías renovables están aún lejos de poder garantizar la seguridad y continuidad del suministro eléctrico y, mucho menos, del calor necesario para la industria y los hogares.
Soluciones puede haberlas, pero difícilmente antes de tres años las más perentorias y frágiles y, al menos, el doble de plazo para soluciones más definitivas. 
En esta situación, lo solución más inmediata podría ser aplazar el cierre de centrales nucleares, centrales cuya generación no depende del sol o del viento ni de suministradores externos de dudosa fiabilidad. De hecho, Alemania está reconsiderando su polémica política energética o “Energiewende”, cuyo detalle más destacable fue el cierre de su gran parque nuclear, poderosa fuente de energía que ahora permitiría a Alemania afrontar con otra actitud el embargo a Rusia. También, países de tanto peso como Francia y el Reino Unido han decidido relanzar sus programas nucleares. 
¿Por qué, entonces, nuestras autoridades se resisten a esta solución y repiten que la energía nuclear no es rentable? 
Quizás sólo nos digan parte de la verdad porque si bien es cierto que nadie se atrevería a invertir ahora en una nueva central nuclear clásica, tampoco nadie consideraría cerrar una central operativa si en España hubiera una mínima garantía o estabilidad regulatoria. 
Aunque la energía hidráulica no es objeto de este escrito, tampoco nuestro gobierno parece partidario de dar más protagonismo a esta alternativa energética autorizando nuevos embalses, a pesar de la constatación de que las temporadas de lluvia están cada vez más concentradas en poco tiempo. 
Al final, habrá que dar la razón un ex director general de Política Energética y Minas que recientemente decía que “La verdadera singularidad de España es la defensa de soluciones demagógicas”.  PEDRO MORALEDA