29 octubre 2021

¿Qué pasa cuando el pragmatismo está ausente en la política?


Frecuentemente oímos que la política está cada vez más alejada de la realidad, pero, mientras que esto no transcienda del debate teórico, a nadie le preocupa en exceso.

Sin embargo, nos enfrentamos ahora a una seria amenaza provocada por el voluntarismo de la política energética en el tema de la crisis climática, voluntarismo con cierta dosis de utopía que nos hace pasar en un momento de la euforia verde a la crisis energética mundial.

Los tres principios básicos de toda política energética han sido seguridad de suministro, energía al alcance de todos y energía sostenible. Este ha sido siempre un triángulo de objetivos muy difícil de equilibrar puesto que el énfasis en cualquiera de ellos perjudicaba a los otros.

Ahora, ante la emergencia climática, el énfasis se ha puesto en la sostenibilidad y la consecuencia inmediata es que la energía no es asequible para todos y la amenaza es que no esté asegurada la continuidad en el suministro.

La gran mayoría de los análisis climáticos coinciden en la necesidad de dejar de emitir inmediatamente los gases de efecto invernadero que genera la combustión de energías fósiles y, a los organismos políticos decisorios, no les ha costado adelantar los plazos límite para el uso del carbón, petróleo y gas, para la venta de vehículos de combustión interna o aumentar los objetivos de plantas de generación con energías renovables.

Sin embargo, estas políticas han olvidado la necesaria gradualidad para un cambio tan radical en el sistema energético. Y no es que el cambio no sea urgente, pero la realidad está demostrando que todavía no tenemos alternativas para sustituir las energías tradicionales y que no podemos confiar ciegamente en tecnologías no suficientemente probadas; y, en este contexto, se están haciendo políticas que no tienen en cuenta la demanda real de energía.

Nos encontramos pues ante le enorme dificultad de reequilibrar ese triángulo de objetivos de política energética sin quitar protagonismo a la sostenibilidad entendida esta, principal pero no exclusivamente, como energía sin emisiones contaminantes y, ante este reto, sólo hay un camino: concienciar a la ciudadanía de que la transición energética no es ni sencilla ni barata y fomentar la eficiencia y ahorro de energía centrándonos en las medidas que efectivamente contribuyan a ello. Pedro Moraleda



18 octubre 2021

¿Por qué sorprende la crisis energética?

¿Acaso no es obvio que estamos planificando o gestionando mal la transición hacia una economía libre de emisiones contaminantes?

El objetivo no es que sea loable, sino absolutamente necesario, pero los tiempos no los marcan solamente las decisiones políticas ya que la disponibilidad de tecnologías adecuadas y la preparación de la sociedad también condicionan la transición energética.

De poco vale poner fecha límite al uso de combustibles fósiles mientras no haya alternativas, porque las fuentes de energía renovables no serán alternativas válidas hasta que no se pueda almacenar la energía eléctrica en cantidades suficientes para asegurar el confort de las personas y el funcionamiento de la economía. 

Los combustibles fósiles satisfacen hoy día más del 80 % de nuestras necesidades energéticas, pero la reducción de esta oferta va a ser más rápida de lo deseable si se amenaza con prohibir el uso del gas a corto plazo, o la venta de vehículos de combustión interna, o aumentan las dificultades para financiar proyectos de exploración y comercialización de hidrocarburos. El objetivo, por ahora no conseguido, es el de acompasar la reducción del uso de combustibles fósiles con la incorporación de fuentes sustitutivas a la matriz energética.

El reequilibrio entre la oferta y la demanda de energía se está fiando a que se puedan gestionar las fuentes energéticas intermitentes como son la eólica, la solar o incluso la hidráulica. Pero, como esto no parece que se vaya a conseguir a muy corto plazo, preparémonos para unos años de energía cara, cuando no de falta de energía. Y para agravar este problema, en países de nuestro entorno se están cerrando centrales nucleares que aportan parte significativa del suministro eléctrico, sin interrupciones, sin emisiones y sin dependencia de la volatilidad de los precios de la energía.

En cuanto a la falta de preparación de la sociedad, quizás sea porque ningún político se ha atrevido a explicar que la transición hacia un futuro energético más limpio y fiable no es gratis, que la transición es cara y que debemos reconsiderar nuestros hábitos de consumo. 

La mejor fuente de energía es la energía que no usamos; la que ahorramos con un buen aislamiento térmico, no usando el coche para trayectos cortos o en ciudad, utilizando electrodomésticos en horas de baja demanda eléctrica, etc. Y esa concienciación no se alcanza sólo con información, sino que puede ser necesaria una política de precios desmotivadora del despilfarro de energía.

Concluiría diciendo que, si grave es el drástico incremento de precios de la energía o la amenaza de su escasez, más grave puede ser que la reacción popular ante esta situación paralizara las necesarias iniciativas políticas para el cambio de modelo energético. Pedro Moraleda